El verano del año pasado mi familia me regaló un perro al que llamé Scooby. Decidimos irnos a la playa, porque yo había sacado buenas notas. Cuando llegamos a la playa nos metimos corriendo en la arena, pero había un señor que nos llamó la atención y nos dijo:
-En esta playa están prohibidos los perros.
Y entonces tuve que dar la vuelta y llevarlo de nuevo al piso.
Mi familia y yo volvimos a la playa ya sin mi perro y extendimos las toallas en la arena. Nos estábamos metiendo en el agua cuando de repente apareció mi perro Scooby. ¡Me había dejado la puerta del piso abierta!.
El perro había entrado a la playa sin que se diera cuenta el vigilante y había llegado hasta mí, para bañarse conmigo. Aproveché el momento y nos metimos juntos en el agua. De pronto vino una ola gigante y mi perro casi se ahoga, pero consiguió llegar hasta mis manos; no respiraba apenas mi pequeño perro. Corriendo lo llevamos al veterinario, que estaba en Salobreña y nosotros estábamos en Motril. Un pequeño viaje, pero que a mí se me hizo interminable. Allí lo atendieron de inmediato.
Le hicieron una radiografía en todo el cuerpo y se dieron cuenta que nada más tenía un pequeño esguince en la pata derecha. Su respiración iba mejorando por momentos. El veterinario me dijo que sería por el susto, pero para descartar problemas nos aconsejó que lo dejáramos en la clínica unos días y así mientras se recuperaría de su pata.
Tardamos tres días en ir a por él, estaba ya casi bien, aunque todavía cojeaba un poquito, pero ya casi nada. Lo malo era que me dijo el veterinario que comía muy poco; entonces me volví a preocupar otra vez. Cuando salí de la clínica, al perro le cambió la cara, estaba súper feliz. En cuanto lo llevé a casa intenté darle de comer unas pocas de salchichas, a escondidas de mi madre. A mi perro Scooby le gustaban mucho, pero a mi madre no le hacía mucha gracia que le diera esa comida. Se las comió enteras y después me dio un lametón en la cara. ¡Mi Scooby se había recuperado del todo! Nunca volvimos a llevar a Scooby a la playa.
-En esta playa están prohibidos los perros.
Y entonces tuve que dar la vuelta y llevarlo de nuevo al piso.
Mi familia y yo volvimos a la playa ya sin mi perro y extendimos las toallas en la arena. Nos estábamos metiendo en el agua cuando de repente apareció mi perro Scooby. ¡Me había dejado la puerta del piso abierta!.
El perro había entrado a la playa sin que se diera cuenta el vigilante y había llegado hasta mí, para bañarse conmigo. Aproveché el momento y nos metimos juntos en el agua. De pronto vino una ola gigante y mi perro casi se ahoga, pero consiguió llegar hasta mis manos; no respiraba apenas mi pequeño perro. Corriendo lo llevamos al veterinario, que estaba en Salobreña y nosotros estábamos en Motril. Un pequeño viaje, pero que a mí se me hizo interminable. Allí lo atendieron de inmediato.
Le hicieron una radiografía en todo el cuerpo y se dieron cuenta que nada más tenía un pequeño esguince en la pata derecha. Su respiración iba mejorando por momentos. El veterinario me dijo que sería por el susto, pero para descartar problemas nos aconsejó que lo dejáramos en la clínica unos días y así mientras se recuperaría de su pata.
Tardamos tres días en ir a por él, estaba ya casi bien, aunque todavía cojeaba un poquito, pero ya casi nada. Lo malo era que me dijo el veterinario que comía muy poco; entonces me volví a preocupar otra vez. Cuando salí de la clínica, al perro le cambió la cara, estaba súper feliz. En cuanto lo llevé a casa intenté darle de comer unas pocas de salchichas, a escondidas de mi madre. A mi perro Scooby le gustaban mucho, pero a mi madre no le hacía mucha gracia que le diera esa comida. Se las comió enteras y después me dio un lametón en la cara. ¡Mi Scooby se había recuperado del todo! Nunca volvimos a llevar a Scooby a la playa.
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